En la primavera de 1965, el 9 de abril, aquel año viernes de dolores, la United Artist estrenaba su película La historia más grande jamás contada. Seguía la estela de otras grandes historias inspiradas en la Biblia que iniciaron los hermanos Lumiere con La vie et la passion de Jésus-Christ a finales del siglo XIX. En el horizonte cercano tenía superar las míticas Los Diez Mandamientos de Paramount, en 1956, y Ben Hur o Rey de Reyes, de la Metro, en 1959 y 1961. Contaba con el mejor elenco de actores: Charlton Heston, Dorothy McGuire, Telly Savalas o John Wayne entre otros. En el papel de Jesús, un más desconocido Max von Sydow.
El éxito no fue arrollador. No consiguió ninguno de los cinco Óscar a los que aspiraba y la recaudación en taquilla no cubrió los gastos. Quizá la interpretación de Von Sydow, poco humana y más bien lejana del público y de la historia, impidieron el éxito. Su Jesús no parecía el Dios encarnado. Sin embargo, La historia más grande jamás contada, sigue siendo una película de referencia para hablar de Jesús porque parte de una verdad profunda y bien documentada: la de Jesús es realmente la historia más grande jamás contada.
En la fiesta de S. Francisco de Sales, el pasado 24 de enero, el Papa Francisco hacía público el mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que se celebra cada año en la solemnidad de la Ascensión, el próximo domingo. El tema del mensaje, que recoge en parte una cita del Éxodo, resulta evocador: Para que puedas contar y grabar en la memoria, la vida se hace historia. Realmente está bien escogido, pocas veces tenemos una impresión tan clara como en el presente de estar haciendo historia con la vida. Dice el Papa Francisco que “para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las buenas historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos”.
Llevamos ya muchas semanas de estas historias que construyen y que ayudan a encontrar la fuerza para avanzar. En medio de una pandemia, con toda la desolación que conlleva de confinamiento y muerte, han surgido innumerables historias contadas que renuevan la esperanza en el ser humano: infinidad de mascarillas que salen de los conventos de clausura, ayuda espiritual que se canaliza a través de las redes sociales, voluntarios con comida a domicilio para los ancianos en grupos de riesgo, clases de apoyo escolar a través de redes sociales, sacerdotes que acompañan a enfermos y les ofrecen la unción en las residencias.
En medio de la pandemia han surgido esas historias a cientos, a miles. Muchas han quedado ocultas para beneficio sólo de sus destinatarios. Pero muchas otras, gracias a la inmensa labor de los comunicadores en este tiempo han sido conocidas para beneficio de sus destinatarios y para ejemplo ante toda la sociedad. La comunicación muestra así su mejor rostro que es contar historias que conmuevan sentimientos, inspiren ideas, alienten propuestas, transformen vidas. Historias que tienen sentido y dan sentido.
La comunicación debe tener en nuestra sociedad una doble dimensión de anuncio y denuncia con la finalidad de estimular a la humanidad a ser la mejor versión de sí misma, a avanzar, a progresar, a ser cada vez más una humanidad más humana que inhumana. Aunque siempre coexisten ambas, la denuncia parece ser más oportuna en tiempos de vacas gordas, cuando la sociedad se adormece mecida por el conformismo, la seguridad y el bienestar. Necesita alguien que le señale que todavía hay que mejorar, que quedan personas por sanar, situaciones por restaurar y cosas por hacer. En tiempos de vacas flacas como los que vivimos (y vamos a vivir) necesitamos más la comunicación que anuncia una esperanza, un futuro mejor, un mundo posible.
Testimonios de esa esperanza son todas esas historias que han surgido ahora y que nos han ofrecido la mejor versión de la comunicación posible. En medio de lo que había que contar, surgían historias de amor, de entrega, de generosidad, de solidaridad. Desde todos los puntos de vista. La Iglesia, en cada una de las instituciones que la componen, ha hecho un gran esfuerzo por servir en este tiempo y ha generado, sin pretenderlo, miles de estas historias amables que es necesario contar. No es fácil encontrar en la Iglesia personas que quieran contar lo que hacen, por aquello del “que nos sepa tu mano izquierda…”. Pero hacerlo bien, implica también contarlo bien. Esta es la labor de comunicación en el que la Iglesia pone cada vez más su empeño para conseguir parecer lo que somos. De hecho, algunas de estas historias tuvieron su eco en los medios de comunicación y mostraron el verdadero rostro de la Iglesia.
Esas pequeñas historias forman también parte de la historia más grande jamás contada porque están alimentadas por el mismo Espíritu. El Espíritu que movió a Jesús al encuentro de los que sufren, a sanar al ciego de nacimiento, a resucitar al hijo de la viuda de Naim mueve ahora al voluntario de Cáritas que prepara la mesa en el comedor social, al sacerdote que acompaña a enfermos en los hospitales, al misionero que pone pozos de agua en Sudán del Sur, o a la religiosa que da clases a los presos. Y mueve también a todos los profesionales de la comunicación que buscan dar a conocer el servicio de la Iglesia a la sociedad y al bien común. Delegaciones de medios, encargados para la comunicación en las congregaciones religiosas, en los movimientos se esfuerzan por sacar sus historias a la luz para que sean conocidas. En esta Jornada de las Comunicaciones Sociales habrá que alzar también la voz por todos ellos.
El mundo de la comunicación atraviesa tiempos difíciles. Una dura crisis económica precarizo mucho el empleo y priorizo contenidos con poco interés humano pero mucho interés económico. A ello se sumó una profunda crisis de modelo con la llegada de lo digital en la que el papel sobre todo, y también la radio y la televisión, luchan por la supervivencia y la adaptación. En esas estábamos cuando llegó una terrible crisis de credibilidad alentada por las fake news que va a empeorar con los deep fake. Para culminar la tormenta perfecta, este virus letal se va a llevar otra vez por delante muchos puestos de trabajo. Personas conocidas, con nombres y apellidos, profesionales experimentados y capaces, auténticos contadores de buenas historias que ayudan a mejorar, a crecer. Como dice el Papa Francisco en su mensaje, “nuestro relato se ve amenazado: en la historia serpentea el mal”.
No podemos desalentarnos. La comunicación sigue siendo imprescindible. “En medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura” dice el Papa. Tenemos que confiar en los profesionales de la comunicación para que las buenas historias encuentren su lugar en esta ensaladilla diaria de noticias malas, noticias falsas, noticias burdas y noticias absurdas. Historias que permitan oxigenar nuestra vida y marcarnos objetivos altos.
Y para ello tenemos una herramienta insustituible: nosotros mismos. Cada uno de nosotros podemos ser historia, hacer historia. Escribir cada día el mejor relato de nuestra vida con tu buena cara, con tu servicio, con tu disponibilidad. Seremos así parte, una vez más, de la historia más grande jamás contada.
José Gabriel Vera